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Pequeños grandes gestos

Por Fernanda Fontes

El pasado veranillo de San Juan  me invitó a disfrutar de la naturaleza.  Así que cambié el gimnasio por la playa Mansa.

Iba trotando cuando veo a una pareja de jóvenes padres con dos nenes pequeños y un bebé de pocos meses. El padre intentaba sacar la foto familiar, buscando equilibrar la cámara sobre un tronco que había arrastrado el mar en la tormenta de la semana pasada, y le pedía a su familia que se agrupara y colocara de manera tal de entrar todos en el cuadro y poder capturar el hermoso atardecer que estaba ocurriendo sobre la Isla Gorriti. El primer intento no les convenció así que pensé en ofrecerles sacarles yo la foto a ellos.

No sé cómo explicarles la reacción de estos jóvenes padres al ver que yo me acercaba y les hablaba.

Lo primero que me llamó la atención fueron  sus caras mezcla de asombro y temor,  y solo me estaba ofreciendo a  ser la fotógrafa. De inmediato sus gestos se tornaron en asombro y alegría con el seguido agradecimiento, que confieso que me resultó excesivo, porque los dos me decían repetidamente: “Gracias, gracias, muchas gracias por interrumpir tu corrida para tomarnos la foto”.

De inmediato se disparó en mí una reflexión ante su reacción de sorpresa.

Creo que su reacción fue reflejo y  resultado de la sociedad, insegura e  individualista, en la que vivimos. Una sociedad que nos hace desconfiar del otro, descreer de una buena intención y nos retrae haciéndonos olvidar ser empáticos, y  no permitiéndonos mirar para los costados. Intuí que su cara de temor era consecuencia de la inseguridad en la que vivimos, y el asombro,  por ser descreídos de una buena intención. Y  me pregunté:

¿Cómo puede ser que un gesto tan pequeño puede ocasionar tanta movilización emocional?

Esta reflexión me conectó con dos lindos recuerdos, que atesoro en mi  memoria de otros gestos mínimos, pequeños que me asombraron y reconfortaron mi alma.

 

Dos momentos mínimos

Una noche regresaba de Montevideo, tarde en la madrugada. Entro en la estación de servicio de La Floresta para cargar combustible. Cuando manejo sola acostumbro escuchar “buena música” con el volumen  alto, como una manera de mantenerme alerta y también … para evitar escuchar si desafino al cantar. jeje.

Detengo el auto frente al surtidor, abro la ventanilla y bajo el volumen que estaba bastante alto.

Para mi asombro, el pistero me dice:

 “¡¡¡Por favor!!! No baje el volumen…. es una hermosa canción… ¿si no le importa?”

Estaba sonando: “Desde que te vi”  del chileno  Natalino. Por supuesto que cumplí con su pedido, y volví a subir el volumen. El chico conocía la canción y la cantó mientras limpiaba el parabrisas.

Llegó el momento de pagarle y no tenía cambio, así que fue hasta adentro a buscarlo, pero al volver no vino solo con el cambio. También trajo un chocolate que me obsequió. Me sorprendió y  le pregunté porque me lo regalaba. Él simplemente me respondió: “por haber subido el volumen permitiéndome disfrutar de la canción”.

Así que apreté el botón de “Eject” guardé el CD en su sobre, y se lo regalé.

Ante su sorpresa me preguntó: ¿Qué significa esto?  Que te lo regalo, le respondí.

Nooo, amiga ¡muchas gracias! ¡Me alegraste la noche! A esta hora pareciera que las horas no corren, pero esta noche va a ser diferente. Ya voy a ponerlo para escucharlo y compartirlo con los compañeros.

¡Muchas gracias, amiga! Y se retiró ¡feliz!

¿Por qué no nos damos cuenta de esto tan simple?

Que podemos con tan poco gravitar positivamente en los demás. Y no requirió de una gran inversión.

El otro momento “mínimo” me pasó en el semáforo de Br. Artigas y Av. Rivera.

Comienzo a frenar porque estaba en rojo. Uno de los muchachos que ofrecen el servicio de limpieza del parabrisas  me empieza a hacer señales desde lejos, con su pequeño lampazo, y yo desde lejos le agradezco y digo que no. Detengo el auto, se acerca para insistir con el ofrecimiento, se inclina, me mira y abriendo grandes los ojos se toma el pecho con las dos manos, trastabillando dos o tres pasos hacia atrás, simulando que algo le pasaba en su corazón. Va hasta su balde con agua enjabonada, humedece el lampazo, y lleno de espuma vuelve al auto, y me dibuja en el parabrisas, del lado del acompañante: un corazón atravesado por una flecha y una carita feliz.

Por supuesto que con ese ingenioso dibujo se ganó una buena paga aunque no haya hecho uso de su servicio como limpiador.

 

Caricias para el alma

Cuánta simpleza, cuánto ingenio, cuánta creatividad, en estos  tres gestos. Si tan sólo nos propusiéramos por un ratito mirar para los costados y actuar. Qué diferencia podríamos hacer en nuestra vida y en la de los demás.

Yo no sé si he bajado mis exigencias y expectativas al  alegrarme con estos gestos tan mínimos.

Prefiero creer que en realidad me he vuelto en “experta captadora” de “mínimos-grandes” momentos de la vida, que terminan siendo caricias para el alma.

 

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  1. Me encantó! Muchas gracias por compartirlo y ojalà pueda ayudar a viralizar estos pequeños gestos para vivir en un lugar mejor. Me vine de Montevideo a vivir a Maldonado hace casi 5 años y cada vez que voy, lo siento más agresivo, frío e individual. Más allá de la inseguridad y las coyunturas, la pérdida de valores es constante. Como uruguaya, siento que debemos volver a nuestras raíces, a la familia, a las cosas simples y sin dudas, estar atento a nuestros pares, nuestros vecinos o compañeros casuales de ruta.
    Gracias!

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