Por Fernanda Fontes
“Haz sólo lo que amas y serás feliz, y el que hace lo que ama, está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar, porque lo que debe ser será, y llegará naturalmente. Quién no ame su trabajo, aunque trabaje todo el día, será un desocupado”. Facundo Cabral
Esta frase la escuche a los trece años y calo tan hondo en mi mente y mi corazón …que aún me veo a mí misma escribiéndola en una especie de agenda-diario que tenía.
Cuando llegó la edad de tener agenda, la transcribí año tras año como un recordatorio de lo que debía lograr en mi vida. Vivir de lo que más amaba hacer en la vida: Profesora de Educación Física.
Pero si bien lo tuve claro ya desde los trece años, crecer en una familia donde escuchábamos a nuestro padre decir que su mayor anhelo era que sus “cinco hijos trabajáramos en la empresa familiar”, no me hizo nada fácil la decisión a tomar.
Así que opté por estudiar la orientación bachillerato de Derecho (ya que supuestamente iba a ser la escribana de la empresa), e intenté “imaginarme” vestida con un “tallieur” y sentada en un cómodo escritorio.
Y llegó el gran día, el del examen final de sexto grado de Bachillerato de Derecho, en el Colegio Elbio Fernández. Mi profesora, la Dra. Julieta Apecechea de Elizalde me entregó el examen, que lo había salvado con la máxima nota y me dijo: “Fontes, va a ser un placer contar con una colega como usted”.
Pero fue ahí, en ese momento, cuando recordé la frase de Facundo Cabral. Me tomé unos segundos y le respondí;
“Gracias por las palabras y por su reconocimiento, pero lamento defraudarla, porque en este momento decidí lo que voy a hacer con mi vida y de mi vida. Voy a hacer lo que más feliz me hace: ¡¡¡ser profesora de educación física!!!”
Ella se quedó mirándome por unos segundos y me respondió: “Me parece perfecto, vas a aportar más a la sociedad siendo una feliz profesora de Educación Física que una frustrada escribana y/o abogada”.
Así que ese día de Diciembre de 1985, decidí qué era lo que iba a pasar en mi vida. Tengo que agradecer a mis padres por haber entendido mi planteo y por haberme apoyado a lo largo de los 22 años en que ejercí mi vocación y profesión.
Fueron muchísimas las cosas que viví en esos enriquecedores años, muchas las personas que conocí, muchos los lugares en los que pude trabajar, pero lo que más rescato, es que no recuerdo haber renegado ni un solo día de mi decisión ni de tener que ir a trabajar. Todo lo contrario.
Mi trabajo resultó ser mi mejor terapia, me ayudó en momentos complicados, en momentos tristes. Llegar cada día al gimnasio, encontrarme con mis alumnos, poner el CD con la música para dar la clase, fue siempre mágico. Desaparecía todo dolor, toda tristeza, todo problema que me aquejara. Puedo decir que no solo fui feliz ejerciendo mi vocación, “respetando el llamado de mi elemento”, cumpliendo con mi destino, sino que además me ayudó a ahorrar el dinero de la terapia con el psicólogo. jeje
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Imagen: www.facundocabral.info
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