Se publicó recientemente el libro “Passionate Learners: Giving Our Classrooms Back to Our Students”, de Pernille Ripp, una maestra de 5º grado en Middleton, Wisconsin. Ripp era una maestra tradicional, que un día decidió cambiar su forma de enseñar. No esperó a que cambiara el sistema, ni a que vinieran reformas. Empezó a cambiar en el lugar en el que estaba, en su salón de clases.
Aunque su testimonio podría considerarse que sólo es aplicable a la educación en Estados Unidos, sorprende el paralelismo con lo que actualmente ocurre en varios países de América Latina, y en particular en Uruguay.
Para acceder al blog de Pernille Ripp haga clic en este link.
A continuación extractamos algunos párrafos del libro “Passionate Learners”.
“Hace cuatro años me di cuenta que debía asumir la responsabilidad por el daño que había causado a los estudiantes que habían llegado a mi salón de clase amando (o al menos gustándole) la escuela y que al salir habían perdido parte de su entusiasmo. Eran niños que amaban la matemáticas hasta que mis clases llenas de palabrerío los dejaron confundidos y amargados. Eran niños que amaban leer hasta que mis estrictas directivas de redacción e historiales de libros leídos mataron su curiosidad por las grandes historias”.
“Tenía que hacerme responsable por lo que había hecho. No podía culpar a nadie más. Y aún más importante: tenía que asegurarme de que mis futuros estudiantes dejarían el salón de clase y seguirían amando la escuela, seguirían siendo apasionadamente curiosos, y no tendrían miedo de intentar algo nuevo”.
“No culpo a los estudiantes. El sistema escolar les enseñó a sentirse de esa manera. ¿Cómo me atrevo a decir eso? Porque yo soy ese sistema. Pienso en cómo enseñaba matemáticas: practicar hasta caer rendidos, una lección tras otra y tras otra. Les mostraba varias veces cómo resolver un problema, luego hacía pasar uno o dos estudiantes al frente y los hacía trabajar en un problema similar mientras el resto de la clase miraba (con los ojos vidriosos). Por último los hacía trabajar a todos de forma individual, por lo general como tarea domiciliaria. En mi rígido salón de clase, los estudiantes no podían adelantarse: debían prestarme atención y seguirme página por página. No disponíamos de mucho tiempo para el intercambio de ideas ni tampoco para investigar más a fondo”.
“Por lo tanto, decidí cambiar. Si usted desea cambiar pero aún no lo intentó, le doy mi palabra de que también puede. No tengo nada especial. Hay muchos maestros que están cambiando la forma en que enseñan y en cómo trabajan en la escuela. Muchos no han esperado a que les den permiso e hicieron cambios por iniciativa propia. Si necesita el permiso de alguien, aquí yo les doy el mío. Adelante, comience en su salón de clase a apasionar a sus estudiantes”.
“La pregunta que más frecuentemente me hacen los maestros es: ¿Cómo hago para cambiar? La respuesta que he dado siempre ha sido: comience en el lugar en el que está. Una vez que usted abrace la idea de que es posible hacer las cosas mejor, ya está en el buen camino. Analice qué lo motiva y qué lo desmotiva. ¿Qué es lo que lo agota y qué es lo que lo energiza? Hay muchas cosas sobre las que no tengo control, que me causan frustración. Por lo tanto, intento focalizarme en aquellas cosas en las que puedo tomar decisiones. ¿En qué tengo control? Lo tengo en la tarea domiciliaria, los cursos, las sanciones, la manera en que la información es presentada, la participación de la comunidad, los bienes compartidos”.
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Imagen: Salón de clase de una escuela en Treinta y Tres, Uruguay (educacion.mec.gub.uy/).
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