Con piel de Yacaré | Ver Otras Historias
(Seudónimo: Nam Nádo)
Impasible miro las gotas de lluvia que van muriendo en los cristales. Mi boca abierta es un hueco entre los agujeros nocturnos.
Un gato negro, con pelaje oscuro y brilloso da vueltas sin cesar sobre un papel de bordes dorados y las farolas que iluminan los senderos de
la ciudad, se pierden en su fosforescente mirada. No me moveré de aquí hasta que el último grillo cante la melodía monótona de su
insectívoro pentagrama. No sea cosa que la ley de gravedad deje de tener vigencia y el silencio pueble las esquinas de tristezas flotando en
el espacio.
Íntimamente me rebelo contra mi actitud estática. No son mis dedos caprichosos por deletrear los grises poros de las hojas amarillas. Es mi
tráquea obstruida por el devenir de esta ausencia presente. No se si estoy en mí o si he dejado huellas en las células del aire.
Sabrás que los pasillos donde juega a la ronda tu sonrisa, huelen como las piedras del río. Húmeda mi nariz, escarba en los aromas de la
memoria; persigo las corrientes y quiero saber si navego en mí o sólo soy náufrago de otras realidades. Nada reconozco en las
profundidades; debajo de las piedras hay cangrejos que caminan hacia delante y caracoles sin lengua y no recuerdo las señas particulares de
mis fantasmas.
¿Cómo reciclarás la piel, cómo descifrarás la química del deseo perfecto que sólo cabía en esas manos? ¿Si supieras dónde acaba el
horizonte, conversarías con las nubes sobre la raíz de tus miedos? Yo temo no verte más, no tener éxito en cada emprendimiento, aunque “el
éxito es un viaje, no un destino”.
Las paredes respiran con dificultad; desde las ventanas que miran hacia el sur no es posible resistirse al guiño de las lechuzas.
¿Te acuerdas allí donde estás del Minotauro, de la fábula de las moras verdes o del pastor mentiroso?.
Los Siete Enanitos le confesaron a Blancanieves que todo era apenas un cuento de hadas. Dumbo, el elefantito volador, tan discriminado y
sufrido hoy es famoso y feliz porque sus orejas le permiten volar. Ya no tiene el corazón lastimado, ni voces caracoleando sus orejas con
burlas. No hay dolor.
Entre el ramaje, sobre la tapia del huerto crecen ramitos de soles cargados de vivos colores. “… Se mezcla con media cucharada de agua
de los lagrimales y una pizca del barro que se junta en las ranuras de las zapatillas cuando llueve a cántaros – decía mi abuela – y luego se
bebe, de un solo trago, mordiendo un gajo de limón maduro”…
Y la piel se vuelve de yacaré. Dura, gruesa… Ni siquiera es posible recordar el punzante latido del corazón cuando llora.
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