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Cuestión de títulos

Por Gustavo Toledo

Los líderes positivos más que enseñar, contagian. No dicen ni mandan a hacer, toman la iniciativa y construyen caminos, sin esperar que otros tomen la delantera o limpien el trayecto de obstáculos. Con su ejemplo, inspiran. Y con eso, hacen la diferencia. Ya lo decían los antiguos romanos: “las palabras mueven, los ejemplos arrastran”.

Es fácil reconocer a un líder positivo: no tiene problema en sacrificar su ego en aras de un propósito superior, no le teme a la incomprensión de sus pares y siempre está dispuesto a asumir riesgos. Henry Kissinger, ex secretario de Estado de los Estados Unidos, lo definió con claridad: “un líder debe ser un educador que salve la distancia entre la visión y lo conocido, pero también debe estar dispuesto a caminar solo para posibilitar que su sociedad siga la senda que él ha elegido”.

Hace un tiempo leí una pequeña historia que ilustra la naturaleza de este tipo de liderazgo.

Durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos, el sargento de una pequeña compañía daba órdenes a sus subordinados, que estaban tratando de transportar una viga muy pesada. El peso era enorme, y se oía al sargento gritando:

-¡Levanten! ¡Levanten! ¡Ahí va, otra vez! ¡Levanten!… ¿Qué les pasa? ¿No desayunaron hoy? ¡Vamos con fuerza! ¡Levanten!

 Un caballero sin uniforme que pasaba por allí, le preguntó por qué él no les ayudaba a levantar la viga.

Atónito, y con tono arrogante, respondió:

– Señor, yo soy un sargento del ejército.

-¿De veras lo es usted? – replico el desconocido -, no sabía eso.

Y quitándose el sombrero, saludó diciendo:

-Perdone usted, señor sargento.

El desconocido desmontó, y comenzó a ayudar a los soldados en su pesada tarea, hasta que el sudor empezó a correr por su frente.

Cuando la viga fue por fin levantada, se dirigió al uniformado, y le dijo:

 – Señor sargento, cuando vuelva a tener un trabajo como éste, y no tenga suficientes hombres para hacerlo, mande por su general, y vendré con gusto a ayudar.
El sargento quedó desconcertado por esas palabras, y justo en ese momento cayó en la cuenta que el hombre que le había dado esta lección era el mismísimo George Washington, general en jefe del ejército americano y primer presidente de los Estados Unidos de América.

Es difícil precisar si el ejemplo de Washington modificó el carozo autoritario y petulante del sargento, de lo que no cabe duda es que inspiró a varias generaciones de estadounidenses.

 

Imagen: Vista parcial de retrato de George Washington (1778), por Rembrandt Peale. 

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