La Soberbia y Maracaná
El Ingeniero Federico Bonsignore, me escribió recientemente un mail en el que me relata una anécdota que, como dice él, “ayuda a reforzar el concepto de confianza vs. soberbia”. Hace referencia a un concepto que menciono en mis charlas y que expresé en el libro “No + Pálidas” en el capítulo dedicado a la “Actitud de mejora continua”: “La sucesión de logros y victorias resonantes, genera en las personas (en las organizaciones, en los países) una sensación de orgullo, de seguridad y de confianza en sí mismos por los resultados obtenidos. Esto no tiene nada de malo. Al contrario, es excelente cuando esa confianza se utiliza como el combustible para proponerse nuevas metas, nuevos desafíos y cuando esa confianza ayuda a mantener la energía que nos hace evolucionar. Pero es un arma de doble filo. Hay una línea muy delgada que no se debe cruzar… A un lado de esa línea está la confianza. Al otro lado de la línea está la soberbia”. Luego expliqué que “soberbia quiere decir que uno ya no necesita escuchar más, aprender más, porque ya sabe todo”.
El personaje de la historia que me relata Federico es Isaías Ambrosio, un brasileño que vivió en Río de Janeiro y que murió a comienzos del 2012, a los 84 años de edad. Isaías comenzó a trabajar para el Estadio Maracaná en 1948, antes de que fuera construido. Se desempeño primero como albañil, y luego como telefonista y guardia de seguridad, para finalmente trabajar como guía para los visitantes al estadio. Su vida está tan estrechamente vinculada a Maracaná, que celebró su segundo casamiento en las dependencias del estadio.
“Yo lo conocí en 1993, cuando visité el estadio en un viaje de familia”, me contó Federico. “Era el empleado número 009 del Maracaná (hacía el chiste de que por poco no era James Bond!). Cuando supo que éramos uruguayos, lejos de tener rencores, nos ofreció una recorrida especial por el estadio, dándonos los más exquisitos detalles de aquel fabuloso e inolvidable partido del 16 de julio de 1950. Los contaba tal como él los había vivido: como una verdadera tragedia. Recuerdo que provocó lástima la situación: cumplía con su trabajo de guía explicándonos todo a nosotros, ¡justo un puñado de uruguayos!
Fue inevitable sentir un enorme orgullo por lo que había logrado allí nuestra selección, a la que llaman la máxima gesta deportiva de la historia (eso es lo que dicen los periodistas deportivos locales, ¿no?). El propio Isaías colaboró para insuflarnos esa idea, cuando por ejemplo, nos contó que el color externo del estadio era celeste porque habían decidido antes del Mundial que lo pintaría con el mismo color de la camiseta del Campeón del Mundo de 1950. Estaban convencidos que sería con pintura blanca, como la camiseta de Brasil hasta aquel entonces. Perdieron, pero igual cumplieron con su palabra, y lo pintaron de celeste.
Cuando ya habíamos terminado el paseo, nos habíamos saludado y nos estábamos yendo ya todos con el pecho inflado por haber visitado aquel mítico lugar, Isaías nos dijo ‘¡Hey! ¡Uma última coisa!’ No entendimos bien, pero nos dimos vuelta y nos acercamos a aquel hombre que veíamos tan triste, como si fuera el mismísimo Barbosa (el golero brasilero en la final de 1950). Sin cambiar en nada el tono de voz que venía utilizando, nos dijo ‘Como habrán visto por todo lo que les conté, y por lo que seguramente ya conocían por ser uruguayos, para ustedes esto fue lo más grande del mundo, ¿verdad?’. Nosotros obviamente respondimos afirmativamente. Y él, de forma absolutamente inesperada, nos dijo ‘Sí, pero ¿saben qué? Para nosotros fue más importante que para ustedes….’ Sin entender bien a qué se refería, lo miramos extrañados. Y antes de irse, nos aclaró su punto: ‘Uruguay tocó el cielo y se sintió el campeón eterno. De hecho, se siente así hasta el día de hoy. Todos los que vienen aquí así lo expresan. Lo fue en 1950, es verdad y nadie lo discute. Pero el éxito es efímero, no dura para siempre. Brasil se creyó campeón aquella tarde y se hundió en su propia soberbia, lloró mucho, pero créanme que aprendió la lección. Y la aprendió para siempre. Cambiamos hasta el color de la camiseta de la selección, y empezamos de cero. Fue un punto bisagra para ambos: nació la verdeamarela y ya ganamos tres mundiales. Uruguay nunca más ganó ninguno. Quizás sí lo logren cuando superen su propio drama de Maracaná’.
Te puedo asegurar que aquellas palabras me quedaron marcadas para siempre. Abrazo. Bonsi”.
Federico Bonsignore es ingeniero Eléctrico de la UDELAR con especialización en Telecomunicaciones, PMP, tiene un MBA de la universidad ORT, Gerente de Servicios en ISBEL SA y es autor de un excelente libro: “Atlántida. Historia, imágenes y protagonistas, a cien años de su creación” de Editorial Trilce)
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Hoy tuve la oportunidad de conocerlo y escuchar su charla en el LATU.
Me parecio excelente , muy claro y practico.
Me alegro de coincidir en todo lo expuesto y que mi forma de trabajar este alineada con su pensamiento, tengo 50 años y llevo 20 trabajando en la misma empresa , desde hace mucho tiempo aplico esa modalidad de trabajo , a veces no compartida por mis superiores , pero siempre convencido que estaba en el camino cierto
Muchas gracias por compartir sus conocimientos.
Desde hoy un nuevo seguidor suyo.
Daniel.