No más excusas | Ver Otras Historias
(Seudónimo: Virginia)
A mediados de la década de los 90; El Latu, OEA y la GTZ Alemana, iniciaron un proyecto en Uruguay, llamado “Empresarios de clase mundial”. Estaba dirigido por un consultor israelí que sabía más de la idiosincrasia de los empresarios latinoamericanos, que cualquiera de la propia región. El programa era gratuito, con la única condición de que quien debía asistir al mismo era el o los Nos 1 de la organización. La metodología utilizada era la de talleres donde, al principio, cada No 1 presentaba su empresa y los demás empresarios hacían las preguntas que deseaban. El consultor, a esta instancia, le llamaba “desnudarse en público”. Allí cada uno hablaba de las características de su rubro, del enfoque que él/los le daba/n al emprendimiento, etc.
Luego de cada exposición el consultor hacía una serie de preguntas donde ponía en serios aprietos a cada participante. Allí comenzaban lo que él llamaba “excusas”, que serían las “pálidas”, al decir de Enrique. Cada excusa era derribada en forma contundente por este gurú. Recuerdo una excusa que era algo así como: “no puedo producir más porque no tengo un galpón adecuado para acopiar”. La respuesta del consultor fue: “el dinero es lo que sobra en el mundo cuando hay buenos negocios para invertir; tu crees realmente que tu problema es un simple galpón?, qué Banco te negaría un préstamo con ese fin, si presentas ese plan de negocios que dices tener?”.
Luego de las exposiciones, cada empresario tenía una entrevista en privado con el consultor y con quien suscribe como asistente observador. El me decía: “ tu observa quien llega mal dormido porque eso indica que están en el camino de la resurrección; si después de la paliza de ayer, vienen muy descansados están perdiendo el tiempo”. En esa consulta privada, con claridad desgarradora, el consultor les mencionaba todos los puntos clave de la exposición que habían hecho el día anterior. Una pregunta recurrente que les hacía, era sobre qué les hubiera gustado a ellos ser en la vida. Habían respuestas que eran muy tristes, especialmente de los empresarios familiares. El continuar con un emprendimiento de sus padres y abuelos era, en muchos casos, la cruz con la que cada uno cargaba. Hubieron muchos casos, de empresas de larga trayectoria, donde a raíz de esos talleres, fueron puestas a la venta porque sus dueños comprendieron que habían llegado a su nivel de incompetencia para un mercado globalizado que era una realidad cada vez más latente en el mercado uruguayo. Muchos descubrieron que ellos eran verdaderos emprendedores y debían dedicarse a emprender negocios nuevos, hacerlos crecer y luego venderlos en el momento justo, hasta dónde eran capaces de llegar. Hoy día, una de esas familias, ya van en el tercer emprendimiento de negocios diferentes con el mismo éxito que los anteriores y que, supongo, en cualquier momento me enteraré por el diario de que ha sido vendido.
El gran nudo de los No 1 era cuando el consultor les preguntaba, a boca de jarro: “y tu en qué negocio estás?”. Las respuestas, normalmente, rondaban acerca del producto que vendían o que producían. El desconcierto era total cuando el consultor les decía: “no me has entendido, eso es un producto y un producto no es un negocio; si quieres te cambio la pregunta: cuando un cliente viene a comprar tu producto, qué busca satisfacer con ese producto?”.
Podría contarles decenas de anécdotas más, algunas casi tragicómicas pero todas muy valiosas para el aprendizaje.
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