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Siempre estamos a tiempo de cambiar

Por Carlos Pacheco

A fines del año 2011 se comentó mucho el libro “The Regrets of the Dying”, que se conoció en español como “El lamento de los moribundos”. Su autora es Bronnie Ware, una mujer que trabajó durante muchos años con enfermos terminales. En  conversaciones con los enfermos llegó a la conclusión de que la causa de arrepentimiento más mencionada era: “Desearía haber tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo, no la vida que otros esperaban de mí”.

Al leerlo me recordó “La muerte de Iván Ilich”, un relato escrito en 1886 por el genial escritor León Tolstoi.

“La muerte de Iván Ilich”, narra la vida de un hombre gris y ordenado, preocupado por cuidar las apariencias, que construye una familia y una posición acorde a las normas sociales dominantes en la clase alta de la época. Le diagnostican una enfermedad y lo que al principio parecía inofensivo empeora progresivamente hasta dejarlo postrado, con fuertes dolores.

En la cama, muy grave, un día Ilich se pregunta “¿Y si toda mi vida, mi vida consciente, ha sido de hecho lo que no debía ser?”.

Siguió pensando en el tema, y al día siguiente, “cuando había visto primero a su criado, luego a su mujer, más tarde a su hija y por último al médico, cada una de las palabras de ellos, cada uno de sus movimientos le confirmaron la horrible verdad que se le había revelado durante la noche. En esas palabras y esos movimientos se vio a sí mismo, vio todo aquello para lo que había vivido, y vio claramente que no debía haber sido así, que todo ello había sido una enorme y horrible superchería que le había ocultado la vida y la muerte. La conciencia de ello multiplicó por diez sus dolores físicos”.

Durante tres días, esta idea, de haber vivido una vida falsa, lo atormentó, hasta que un pensamiento lo calmó, “En ese mismo momento Iván Ilich se hundió, vio la luz y se le reveló que, aunque su vida no había sido como debiera haber sido, se podría corregir aún. Se preguntó: ¿Cómo debe ser?”. Dos horas después murió.

Siempre estamos a tiempo de cambiar. Pero es mejor hacerlo cuanto antes. No sea cosa que nos suceda lo mismo que a Ivan Ilich, y que cuando tomamos la decisión de hacerlo ya no nos queda tiempo para disfrutar del cambio. 

Imagen: “El gran paranoico”, de Salvador Dalí (1936)

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