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La Canoa

La Canoa | Ver Otras Historias

(Seudónimo: Mula)

 

Daniel atiende la llamada que le entra por el skype instalado en su teléfono inteligente.

 -¿Por dónde andás Negrito? – pregunta la voz del otro lado.

-¡¿Qué hacés Mula!? Estoy en Chicago,  la ciudad del viento. ¿Qué contás?

-¿Estas para un pow-wow el jueves? En Clide’s a las diez. Tema grave y urgente: semana santa – que traducido de la jerga personal del grupo de amigos, al castellano, era una invitación a reunirse (pow-wow es una expresión tomada de la serie de historietas Lucky Luke), en el pub que solían frecuentar desde la adolescencia, con el objetivo de organizar el campamento anual.

-Vuelvo el viernes de noche… ¿Y si lo pasamos para el sábado y tiramos unos palitos en casa? – le contestó Daniel, proponiendo una tentadora alternativa que incluía un asado a las brasas y buen vino.

-OK. Convoco a la tribu. Para este año tengo una propuesta nueva.

-Buenaso, nos vemos el sábado. Abrazo.

El verano estaba terminando. La semana santa, cae la primera luna llena después del equinoccio de otoño. Es una fecha bien sagrada para ellos, pero no por motivos sacros, sino por el tradicional campamento.

Las jugosas tiras de asado y algunos litros de vino desaparecieron mientras Daniel, Mario, Raúl, Eduardo, Fernando, Adolfo y el Mula conversaban y se ponían al día con las novedades de lo ocurrido con cada uno durante los últimos meses.

-Bueno; vamos al grano –interrumpió el Mula– tomando el rol de moderador del pow-wow.

-¿Dónde vamos?- preguntó Fernando.

-Podemos volver a los Algarrobos, como el año pasado…– comenzó a decir Mario.

-¡Dejate de embromar!– lo interrumpió Eduardo– ¿Al mismo lugar a donde nos llevaste el año pasado? ¡Ni lo pienses! Vos elegís lugares en donde llueve toda la semana…

Todos lanzaron la carcajada y se sumaron a la voz de Eduardo, echándole la culpa de la lluvia a Mario.

-¡Orden, por favor! Es obvio y todos sabemos que la culpa de la lluvia fue de Mario– dijo el Mula, continuando con la broma que venía desde el año pasado– ¡Este año, me hago cargo yo!

-Peor que el año pasado no puede ser. ¿Cuál es tu propuesta? – intervino Adolfo

-Este año sale canotaje por el río Queguay.

-¿Estás loco? No se puede – dijo Raúl haciendo gala de su reconocida habilidad para complicarse.

-¿Y se puede saber por qué no? Yo creo que sí se puede – le contestó el Mula.

-Muy complicado, muy peligroso, queda lejos, no tenemos canos, ni equipo adecuado – agregó negando con la cabeza.

-Fernando tiene el kayak de fibra que fabricó él mismo y Eduardo tiene una canoa canadiense de madera que está impecable –le contestó el Mula rápido, ya que estaba bien preparado para la resistencia de algunos.

-Al kayak de fibra le hago unos arreglos y lo tengo listo en una semana –dijo Fernando, plegándose a la propuesta.

-¿Y quién sabe algo de canotaje en un río? –protestó Raúl- somos seis inexpertos en canotaje de río y hay dos canos de dos personas cada una. ¿Por qué no vamos a acampar como venimos haciendo desde hace quince años y llevamos las canoas para pasear y pescar en la vuelta? Así no la complicamos –insistió.

-Porque resulta que tenemos una tercera canoa y a un experto en canotaje –intervino el Mula–. Me tomé la libertad de invitar a… … – haciendo una pausa para agregarle dramatismo al momento- ¡Gus! Podés entrar.

-Vamos a necesitar… chalecos salvavidas, barriles herméticos de plástico, viajar livianos… y muchas ganas… para empezar– comenzó diciendo Gustavo mientras hacía su entrada espectacular en medio de las risas del grupo que le daba la bienvenida.

 

         Llovió sin parar durante tres días. Después de remar río arriba durante los dos primeros, decidieron montar campamento en una zona elevada sobre un barranco al lado del río. Raúl lideró la preparación de alimentos bajo la lluvia. Mario puso un palo con marcas para medir la subida del agua. El Mula se las ingenió para mantener un fuego prendido. Los días pasaron entre risas, precarios banquetes, partidas de truco y charlas amenas.

La madre naturaleza impuso su voluntad sin pedir permiso a nadie y los hombres se las ingeniaron para sobrevivir a sus caprichos sin perder la capacidad de disfrutar del proceso.

-El río sigue subiendo y ya esta cerca de la marca límite que establecimos –advirtió Daniel– es hora de movernos o vamos a quedar bajo el agua.

La decisión no era fácil. El río corría con mucha fuerza, la lluvia persistía y ya casi no quedaba luz del día. Debían dejar una posición que, a pesar de la inclemencia del tiempo, se había convertido en cómoda.

Durante la siguiente hora se movieron como un solo hombre. Desarmaron el campamento y cargaron las canos. La línea de flotación estaba en su límite y todos eran conscientes del peligro que ello implicaba, pero no había espacio para titubeos. El espíritu del equipo era bueno, fruto del aprecio que se profesaban y  de la confianza en las capacidades de cada uno.

Remaron juntos luchando contra la corriente durante toda la noche. Las olas, el viento y la tormenta se empeñaban en hacerlos zozobrar, pero se mantuvieron firmes en su propósito.  Cada canoa era liderada por quien estuviese al mando del remo de atrás, el cual hacía de timón. El de adelante depositaba toda la confianza en éste y remaba con fuerza sin dar tregua, porque sabía que de él mismo dependía el empuje. En varias ocasiones fue una canoa al rescate de otra que varaba inevitablemente contra los matorrales, haciéndola escorar, casi hasta darla vuelta.

La primera luz del día los encontró agotados pero a salvo de la inundación. Habían llegado a un puente. La tormenta, como siempre ocurre, pasó de largo y el sol brilló. Desde la altura pudieron ver el gigantesco lago producido por el río desbordado. Los seis amigos, felices y satisfechos, contemplaron extasiados la escena.

-Lo hicimos…

-Una buena travesía

-¡Sí que se podía!

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  1. Leí la canoa, me gustó. Resolver una situación en tan poco espacio y cerrarla con un broche de optimismo no es sencillo. Se pueden ver los escenarios e imaginar los tìpos empapados pero convencidos de que estaban pasando bien . Muy buena Rafa.

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