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Demasiada vida para un solo hombre

Demasiada vida para un solo hombre | Ver Otras Historias

 

(Seudónimo: Pernando Gaztelu)

 

 

Ella lo dejó por maldito, por ser un indecente que no le permitía ver a sus hijos, y todo acabó como tenía que acabar, de la peor manera. “¿Cómo se les ocurrió llamarme Ángel a mis viejos? Grosso error” dijo antes de subir a aquel puente. Y desde ese momento su vida cambió completamente, como si la noche nunca hubiera sido noche, como si el sol nunca hubiera brillado tan fuerte.

 

La vida le había dado premios y castigos. A sus cuarenta y tantos conoció a Mariela. Ya creía que el amor no podía volver con fuerza a su vida, después de la madre de sus hijos, de la separación, del nuevo hijo, después de todo aquello la vida ya era más que complicada y hermosa, tierna y dulce como para poder encontrar una persona como él, pero completamente diferente; como su corazón necesitaba, pero sin estar necesitándola, sin buscarla, sin tener que querer quererla. Pero desde que la quiso no pudo pensar que antes no había existido para él. Para Mariela, Ángel era el pilar de realidad que estaba faltando a la locura de su vida. Nunca se había parado a pensar en el amor, en la estabilidad, en una casa, en una ciudad en concreto, hasta que lo conoció en aquel bar. Fue allí donde uno a cada lado de esos dos locos, escucharon una historia que los hizo reír y poner los pelos de punta a la vez. Tomaron una tras otra hasta el amanecer, esperando aquel viaje astral que nunca llegaría. Nunca llegaría como tal, porque esa misma noche los transportó a lo más profundo de sus corazones. Se contaron los secretos más oscuros, toda la basura de aquellos sucios y cansados seres salió a la luz, delante de unos extraños que eran, delante de unos locos enfermos que se encontraron débiles y necesitados de dar el poco amor que les quedaba adentro. Se encontraron, Mariela encontró el Ángel que necesitaba, y él encontró a la mujer que jamás había buscado.

 

Sus almas crecieron juntas sin la necesidad de tener más hijos, compartiendo los de Ángel, compartiendo la literatura, la pintura y todo el arte de Mariela. Cada momento era un descubrimiento del pasado y cada historia del pasado daba juego a una nueva aventura en el presente que se confundía con el futuro y los hacía explorar lo más hermoso de sus pasiones. Los hacía vivir más intensamente que en su juventud, los hacía reconocer que la vida acababa de empezar y que nada podía detenerlos.

 

Ella escribía locuras de ensueño, se reía con él y disfrutaba con sus palabras, con sus susurros, con sus melodiosas palabras —porque siempre le decía que era como vivir con un cantante de ópera, que no sabía hablar— con sus concienzudos discursos y sus valores. Él aprendió a seguirle el juego, a jugar con las palabras, a viajar entre relatos y a llevarla a mil paraísos desconocidos. Se perdieron una y otra vez, se encontraban en calles desconocidas, como Olivéira y su Maga en el París de Cortázar, locos los dos.

 

Los treinta y tantos años que duró aquella locura fueron los más hermosos de la vida de ambos. Se disfrutaron como no lo habían imaginado y nunca imaginaron que no iban a morir juntos. Pero el destino y la indiferencia de éste para con el amor entre los seres vivientes hizo que fuera así. Esa maldita enfermedad fue, de todas las posibles, la más ingrata de todas —para quienes aman para toda la vida—: se llevó sus recuerdos, se llevó su locura,  y por fin se llevó su vida. Ángel quedó poco a poco solo. Los ojos Mariela un día ya no supieron que él la había amado más que a nadie en el mundo y desde entonces sólo quedó esperar ese cuerpo —que le recordaba momentos un bar, vuelos astrales sin sentido y caricias, tristes caricias del pasado— dejara de respirar.

 

Dejó todo y se fue al pueblo, como buscando una solución mágica perdiéndose en el norte, pero hasta del pueblo se cansó. La vida ahí no era la misma de cuando habían sido jóvenes, ni siquiera se parecía a la de cuando fueron jóvenes de nuevo. Los hijos y los nietos traían angustias cuando venían y tristeza cuando al irse; las despedidas eran un suplicio horrible, un goteo de dolor que se alargaba cada vez más y no mostraba nunca la muerte al final tel túnel, el regocijo de liberación que tanto esperaba desde que Mariela lo dejó.

 

Un día  todo estuvo a punto de terminar, pero decidió darle una última oportunidad a este mundo asqueroso. Eligió un punto en el mapa, cargó lo poco que tenía y se fue.

 

* * *

 

Cuando supo que el momento ya estaba cerca, desde el lecho Ángel escribió:

 

Ya venís a buscarme, puedo sentirlo. Mucho te has demorado y te lo agradezco. ¿Sabés una cosa? No te tengo nada de miedo. Todo lo que he vivido me sobra y aún si faltara mucho más, me quedaría a gusto. Pero sé que esta vez es la vencida, la vencida para vos.

 

La vida me ha dado alegrías y disgustos, y yo a la gente que siempre estuvo a mi lado. Eso es la vida, un todo y nada. Sé que empecé mal, que fui un mal ejemplo, pero la vida siempre te pone en su lugar, y vos. Vos me viste ahí parado a punto de tirarme del puente, me viste enamorado, me mataste a medias con Mariela, me dejaste vivir un poco más para querer a mi vieja. Vos siempre me has querido y lo entiendo. Mi vida ha sido un sueño, y, quitar una vida así tiene que ser también un premio —para vos.

 

Ya está, llevame, que me voy contento, mis chicas me esperan donde sea, acá ya hice todo y me llevo todo lo bueno. Llevame, llevate el premio.

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