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Estando en Casa

Estando en Casa

Autor: Rafael Rubio

Cuando Mirna vio en la tv el aviso del Gobierno que iban a cuidar a los mayores de sesenta y cinco años por lo cual éstos debían quedarse en su casa, quedó petrificada.

Hacía  tiempo que no se sentía así de cuidada.

A su lado, Rúben su esposo,  escuchó sin oír y sin decir nada, continuó lijando los marcos de unos cuadros, que luego pintaría.

Mirna sintió que debía hablar:

“Viejo, mañana vamos de mañana temprano al kiosco, para acomodar todo y cerrar bien, no sabemos cuándo volveremos”.

Lo único que oía Rúben era la voz de Mirna y para no desentonar su respuesta fue como siempre, irascible y radical.

Mirna era ahora la que no escuchaba, sólo percibía la lija que se frotaba con más ahínco en el marco, que sufría la ira que descargaba Rúben.

A la mañana siguiente, temprano en el kiosco y mientras Ruben terminaba algunas fotocopias y acomodaba las cosas, siempre refunfuñando, ella llamaba a sus clientes.

Les avisaba que ahora el 5 de Oro lo debían comprar en otro lado, que ella no se los iba a hacer como antes, sin que concurrieran a su comercio, lo mismo para la quiniela y la tómbola.

A otros les decía que pasaran a retirar los materiales y las fotocopias, algunas sin terminar,  hasta antes de las 12 horas. Siempre aclarando que por ser mayores de sesenta y cinco años, el gobierno los estaba cuidando.  

Poco antes de la hora trece se retiraron, sin mucha certeza cuándo volverían.

Estarían solos en casa, quién sabe por cuánto tiempo, como en un retiro de preparación de sus cuarenta y dos años de casados.

Mirna cerró los ojos y recordó cuando se casaron y llenos de alegría fueron a vivir al fondo de la casa de sus suegros. Se le humedecieron los ojos, recordó que Ruben le prometió que le iba a comprar una casa. Y así lo hizo un tiempo después.

Igual  de solos  comenzaron a estarlo hacía dieciocho años, cuando se les casó la nena más chica, la que les quedaba soltera. Rúben, con la excusa que el yerno era un bandido, estuvo insoportable varios meses.

Se le había ido “la nena”, la luz de sus ojos, la que conseguía lo que quería de su padre. Como cuando se fue de viaje con su clase al terminar secundaria, él con la excusa que se iba a encontrar con viejos amigos, iba los domingos a trabajar para hacer unos pesos. Mirna luego se enteró que repartía diarios. 

Antes,  cuando pudieron alquilar el saloncito, su vida cambió para siempre.

Ser empresarios, así sea de un kiosco de fotocopias, papelería, juegos de azar y golosinas, hace  llevarse los problemas del comercio a casa los fines de semana, ¿el proveedor, el cliente, la fotocopiadora?, este tiempo estarían sin eso, ellos dos solos, con ellos, desnudos…

Los marcos se acabaron y Ruben como perro rabioso se puso más impertinente, dijo que iba a salir…

Mirna, que temió que lo hiciera, justo tenía en su falda una caja con viejas fotos y como iluminada por el destino le dijo: “llama a tu hermana que te consiga las fotos de tus padres y de ustedes cuando eran chicos que junto con mis fotos vamos a construir la historia de fotos familiar”.

Rúben cerrado y enojado le contestó de mala manera, como si Mirna no supiera que su hermana era mayor y que tampoco podía salir.

Rubencito_ le contestó Mirna _ dile a tu hermana que fotografíe con su celular todas las fotos de familia, las que a vos nunca te importaron,  y te las envíe por washapp…

Por primera vez, Ruben se calló y se fue a buscar su teléfono celular.

Llegó a ser gracioso escuchar a Ruben explicarle a su hermana mayor su deseo. Sólo el respeto que tenía por  ella, impidió que la mandara lejos.

Y ahí se las ingenió para solicitar con su sobrina, que luego de separarse vivía con su hermana. A ella tampoco le fue fácil explicarle el deseo de Mirna, para al final concluir hablando con su sobrina nieta, quién “al toque”, comprendió todo lo que debía hacer.

Con aire de triunfador, Ruben regresó de su cuarto y le manifestó a Mirna, que debían de esperar, que su sobrina nieta estaba evacuando su solicitud…

Y ahí se quedó parado, como solicitando otra “orden” que diera sentido a su nueva vida.., entonces Mirna le pidió que se acercara y le mostró la foto de sus padres cuando se casaron y entonces cuando percibió que Ruben pretendía sonreír maléficamente, le dijo:

“te prohíbo que digas nada malo de mis padres, mamá siempre te bancó, acuérdate que cuando comenzamos a salir estabas desocupado, con una facha de hippy del subdesarrollo, es cierto que papá no te quería,  no mucho más que vos cuando vino el pretendiente de tu hija más chica”.

Entonces Ruben se puso romántico y recordó: “te vi pasar, llevabas puesta la mejor combinación de tu juventud y belleza y así debuté con un poema de amor en una servilleta”.

A Mirna nuevamente se le humedecieron los ojos, “era la segunda vez que iba al Sudamérica, la primera nos vichamos de lejos y nada más, la segunda iba por mi revancha. Lucía una mini de lana y botas blancas como Nancy Sinatra, vos pantalones Oxford y el cabello a lo Ringo. Yo moría con Leonardo Favio y Ding dong, son las cosas del amor”, vos me cabeceaste y salimos a bailar”.

“Ah me hiciste acordar de tu amiga Marisa”, acotó Ruben “por las minis que usaba, nosotros en barra, le llamábamos patio español, era pura maceta”.

“Vos y tus amigotes”, acotó Mirna “siempre los mismos guarangos y ordinarios, ahora debo reconocer mi fracaso, no has mejorado mucho desde esos años!”

Y luego dijo: “me hiciste acordar, anda y llama al Negro Tito que te mande las fotos de los muchachos y su participación en el campeonato de la Liga Comercial”, complementó Mirna.

“Pahh”, complementó Ruben, “el equipo del Bar El Zorzal Criollo, nos juntábamos todos ahí y luego íbamos a la cancha, como quince personas, con bolsos y todo, en la camioneta de reparto del Héctor, una Kombi que a veces no nos arrancaba.

A decir verdad”, complementó Rúben “yo no jugaba mucho, era bastante ‘patadura’, pero cuando los partidos  se ‘picaban’, me ponían a mí, como soy grandote,  los rivales se acomplejaban luego de algunos patadones que repartía a diestra y siniestra.”

Ni bien terminó Ruben su recuerdo,  fue al otro cuarto a explicarle al Negro Tito lo que necesitaba.

Mirna sabía que se alejó porque seguramente iban a hablar de sus “bandideadas” y no quería que ella escuchara.

La comunicación duró mucho más que lo que demora una solicitud concreta, debe de haber costado que el amigo comprendiera la misión a cumplir, las risotadas, gritos y carcajadas que de lejos se oían, le daban el marco de afectos y relaciones que hoy se veían cercenadas, ¡¡eran todo bandideadas!!

Pasado bastante rato, Ruben regresó inquisidor y en forma arrogante, como que había descubierto una gran revelación, entonces interrogó a Mirna:

“Vieja…cuando lleguen todas las fotos de mi hermana y la que me envíe el Negro Tito, ¿dónde las vas a poner?”

Entonces Mirna, sin levantar sus ojos de una foto de su casamiento, dijo: “precisamente de eso te iba a hablar ahora, debes acondicionar el cuarto de la Nena así pegamos las fotos con nuestra historia que estamos escribiendo, en la pared que está detrás de su cama, la que debes desarmar y llevar para el cuarto del fondo, el de los cachivaches”.

La respuesta de Mirna, para Ruben fue como que le acercaran una brasa a su rostro.

El cuarto de la Nena se mantenía igual que antes, Ruben nunca había asimilado ese casamiento, aún tenía la firme esperanza que regresara, y ya habían pasado dieciocho años.

“De paso”, complementó Mirna “también retira la cómoda, la mesa de luz y para que todo quede a tono con ‘nuestra historia’, retira los posters que están en las otras paredes y coloca en su lugar los cuadros con fotos de nuestro casamiento y de los primeros años de los nenes que están en nuestro dormitorio”.

La misión era concreta, también daba libertad para que él eligiera las fotos y las colocara dónde él quisiera, Ruben tragó sus gruñidos y se dirigió a realizar su tarea.

Los días siguientes, por WhatsApp comenzaron a llegar las fotos, Ruben ansioso, como niño el día de Los Reyes Magos, percibió que algunas estaban muy oscuras, y que cuando las imprimía no se veía nada.

Debió entonces inventar un método, en el cual las fotos “oscuras” las humedecía y las ponía encima de la mesa de vidrio del jardín, sobre un tapete oscuro y una lámpara debajo, entonces las volvía a fotografiar y recobraban algo su nitidez, cuando eran impresas nuevamente.  

Los días pasaban rápido y se acercaba la fecha de su aniversario.

Un día Ruben le dijo a Mirna que le daba vergüenza que los nietos vieran las  fotos de su juventud, con el pelo largo y sus horribles pantalones, a lo que Mirna le comentó sobre la bonanza del aislamiento, que debía dejarlas hasta el día del aniversario, y si seguían en cuarentena, luego decidirían que hacer con ellas.

Entonces un día, Mirna le mostró unas fotos de cuando ella trabajaba en Metaloza, con su amiga Marisa y que ambas quedaron sin trabajo cuando la empresa cerró.

“Ya teníamos a Graciela, la mayor y estaba esperando a Rubencito”.

“Viejo”, agregó Marisa “no sé qué hubiera hecho sin Vos, yo me desesperé, incluso pensé en abortar, si hubiera tenido dinero lo hubiera hecho.

¡Cómo podría vivir hoy si hubiera hecho ese horror, sin  tener a Rubencito, con todo el trabajo que nos ha dado, hasta que se encaminó y nos regaló dos maravillosos nietos!

Y Vos saliste a trabajar, te ibas temprano, no te veía nunca, hasta pensaba que te escondías de mí, que no me querías más, es que yo estaba insoportable!

Un día llegaste de noche, tarde, cansado y me dijiste: ‘Mirna el lunes comenzamos a trabajar ambos en el kiosco que vamos a abrir, arrendé un saloncito en Pocitos, tu padre me salió de garantía’.

Nunca entendí como lograste eso, papá nunca te había perdonado que me embarazaras estando solteros y vos habías jurado que a ese viejo de la gran p…. nunca le ibas a pedir nada. Te tragaste el orgullo y lo hiciste por mí”.

“Viejo,”repitió Mirna “tu eres mi héroe!”

Entonces Ruben se acercó y abrazó a su mujer. Así se quedaron abrazados un largo rato, escuchando sus respiraciones, con vergüenza de mirarse a los ojos, ambos sabían que estaban llorando. ML

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